Mauricio llegó a Ciudad Juárez hace más de un año, luego de ser deportado de Estados Unidos, donde vivió durante varios años; su historia, como la de muchos migrantes, está llena de incertidumbre y esperanzas rotas, pero también de una determinación férrea de reunirse nuevamente con su familia.
Hace un año, Mauricio fue detenido junto con otros migrantes venezolanos, mencionó que la situación se desató cuando un grupo de venezolanos, que estaban ingiriendo bebidas alcohólicas, provocó una llamada a la policía.La policía no tardó en llegar, y todos los presentes fueron detenidos, incluyendo a Mauricio.
Tras la detención, el sueño de Mauricio de continuar en Estados Unidos se desmoronó con su deportación, y desde entonces se encuentra esperando en Ciudad Juárez la oportunidad a través de un programa humanitario.
En ese tiempo, Mauricio ha tenido pocas oportunidades para comunicarse con sus seres queridos; su hermana, que vive en Houston, Texas, fue la última persona con la que pudo hablar.
En esa conversación, ella le comentó que cambiaría su número de teléfono por temor a que fueran intervenidos, ya que muchas personas en su misma situación, migrantes que esperan poder cruzar a Estados Unidos, han optado por cambiar sus números para proteger su comunicación y desde ese momento, Mauricio no ha podido saber nada de ella.
Mientras tanto, su madre vive en San Pedro Sula, Honduras, y desde que fue deportado, Mauricio no ha podido contactarla, aunque en su corazón siempre tiene el deseo de volver a verla, las dificultades para comunicarse y la situación económica lo mantienen alejado.
A pesar de todo, mantiene la esperanza de que algún día podrá reunirse con ella y con su hermana, pero sabe que para ello debe esperar una oportunidad que, por el momento, parece distante.
Mauricio no tiene un lugar fijo donde quedarse en la ciudad, se ha acostumbrado a dormir en la calle, y sus refugios temporales son las tapias cercanas a la calle Mejía y Francisco Villa.
Durante el día, camina en busca de algo para comer, se acerca a los comedores de la Catedral o a un refugio en la calle Francisco Villa y 16 de Septiembre, donde a veces personas solidarias llevan comida para los migrantes que, como él, sobreviven con lo que pueden.
La vida en la calle es difícil, pero Mauricio sabe que no puede rendirse; mientras tanto, su mirada está puesta en una sola meta: que algún día el gobierno de Estados Unidos ofrezca una oportunidad para solicitar asilo político o algún programa humanitario que le permita regresar a ese país que considera.