El tiempo, esa divisa impagable
El tiempo, ese misterioso viajero que no se detiene ante nada ni nadie, fluye constante e imperturbable, ajeno a nuestras urgencias y anhelos. Como un río que desciende con firmeza hacia su destino final, el tiempo avanza, sin distinción de riquezas o estratos sociales.
Es un bien democrático, pero a la vez, el más esquivo de los tesoros: no se compra, no se vende, no espera. En este ir y venir incesante, el tiempo se alza como el único bien que ninguna riqueza material puede comprar, una joya inapreciable que se desliza entre los dedos de los poderosos y los humildes por igual, sin hacer distinciones ni concesiones.
Es el verdadero nivelador, el árbitro imparcial en el juego de la vida, recordándonos que, pese a nuestras diferencias, compartimos el mismo destino inexorable. Sin embargo, existe un secreto para navegar en sus corrientes con mayor destreza y plenitud: el deporte y la actividad física, esos compañeros fieles que nos permiten, de alguna manera, ensanchar los márgenes de nuestro reloj vital. A través de ellos, no añadimos minutos al día, pero sí profundidad y significado a cada uno de esos minutos, en una danza donde el tiempo, por un instante, parece rendirse ante la voluntad humana.