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El ocaso de una Europa sin fronteras

enero 14, 2025
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El ocaso de una Europa sin fronteras

El año pasado, cuando crucé un puente sobre el río Rin, un puesto de control bloqueaba la ruta entre Francia y Alemania, en el Pont de l’Europe.

Las fronteras se están cerrando en Europa, por razones que van desde “las crisis actuales en Europa del Este y Medio Oriente” hasta “las presiones migratorias cada vez mayores y el riesgo de infiltración terrorista”. Francia cita “amenazas al orden público”. Alemania menciona “la situación de la seguridad mundial”. Austria y los Países Bajos señalan la “migración irregular” e Italia la afluencia “a lo largo de la ruta mediterránea y la ruta de los Balcanes”.

No estaba previsto que fuera así. La integración europea prometió la abolición de las fronteras, “una unión cada vez más cercana” que permitiera la libre circulación de personas, mercancías y capitales en un mercado único. Esa promesa se plasmó en el espacio Schengen, un área de fronteras abiertas formada en el ocaso de la Guerra Fría —por un tratado entre Francia, Alemania Occidental, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos— y que ahora abarca 29 países europeos. Pero el temor a que los migrantes atravesaran libremente Europa hizo de Schengen un proyecto endeble desde el principio.

En su día, Schengen simbolizó el internacionalismo liberal, un hito de la unidad europea construida después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy es un símbolo de la crisis migratoria de Europa, una crisis que impulsa la reacción contra la globalización y el ascenso del antiliberalismo.

Estas paradojas persiguen la historia de Schengen. Sin embargo, casi se ha olvidado un momento de la paradoja más profunda: cuando la caída del Muro de Berlín, en 1989, estuvo a punto de condenar la apertura de las fronteras de Europa. Contra la lógica, la súbita destrucción de la frontera más simbólica del continente paralizó los avances en el tratado de Schengen, lo que evidenció los riesgos de la libre circulación que hoy impulsan el retorno de los puestos de control en Europa.

Se suponía que el tratado de Schengen se cerraría en 1989. Pero se produjeron acontecimientos revolucionarios. La inquietud social se expandió en Europa del Este, protestas masivas convulsionaron la República Democrática Alemana y unos tres millones de alemanes orientales cruzaron a Berlín Occidental cuando cayó el muro el 9 de noviembre.

Las rupturas de 1989 aceleraron el final de la Guerra Fría y abrieron el camino a una nueva era de globalización. Pero cuando se levantó el Cortina de Hierro se mostraron las complejidades de la abolición de las fronteras, y en ningún lugar tanto como en Berlín. Situada en la frontera exterior de Schengen, abierta a una marea de personas procedentes de Europa del Este, Berlín adquirió una relevancia extraordinaria.Así fue como las revoluciones pacíficas de 1989, y el movimiento humano posibilitado por la caída del Muro de Berlín, trastocaron la elaboración del tratado de Schengen. “Europa sin fronteras tropieza en Schengen”, observó Le Monde, y el obstáculo fue, “paradójicamente, la libertad de ir y venir recuperada en el Este”.

La firma del tratado de Schengen se había fijado para finales de año, en la capilla de un castillo de Schengen, un pueblo de Luxemburgo que dio nombre al tratado. Pero las negociaciones se vinieron abajo en un tête-à-tête entre Francia y Alemania Occidental la noche del 13 de diciembre, que hicieron que el tratado no se firmara.

El conflicto se centró en la posibilidad de la reunificación alemana. Una Alemania reunificada no solo alteraría el equilibrio de poder en Europa, sino que también extendería la frontera de Schengen hacia el este. De ese modo, aumentaría el riesgo de migración irregular procedente de países del bloque soviético —Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania—, clasificados como riesgos para la seguridad en las listas secretas elaboradas por los artífices del tratado para determinar qué personas quedarían excluidas de la garantía de libre circulación de Schengen.

Una propuesta que declaraba que Alemania Oriental no era “un país extranjero” en relación con Alemania Occidental era el meollo del impasse. Abriría el territorio Schengen a todos los alemanes, una propuesta presentada por Bonn, la capital de Alemania Occidental. Pero había un problema: Alemania Oriental estaba entre los países cuyos ciudadanos contaban como riesgo para la seguridad en las listas secretas de Schengen. La firma se suspendió, pues los Estados no llegaron a un acuerdo sobre la cuestión alemana. Bonn interrumpió las negociaciones, buscando un “tiempo de reflexión” sobre la apertura de la frontera este-oeste alemana.