Cuando Deadpool irrumpió las salas de cine en el 2016, el éxito del mercenario bocazas fue mayor de lo esperado para propios y extraños debido no solo a una gran historia que adaptó toda la esencia del personaje creado por el dibujante Rob Liefeld y el escritor Fabian Nicieza, sino por una gran dirección de Tim Miller y por supuesto por la presencia de Ryan Reynolds quien asimiló de forma natural la personalidad de Wade.

¡ESTÁS A PUNTO DE SER ASESINADO POR UN ZAMBONI!

Todo bajo el cobijo de la desaparecida 20Th Century Fox que dio plena libertad creativa a todo el equipo para lograr la gran película que resultó ser pese a la tremenda dificultad que significaba el competir con Disney y toda la maquinaria perfectamente bien aceitada del Universo Cinematográfico Marvel (UCM para siguientes referencias) en el punto más alto de la saga de su producto estrella: Los Vengadores en lo individual y en el ensamble.

La dupla Disney-Marvel estaba, literalmente, en los cuernos de la luna.

Y, aun así, el mercenario regenerativo sobresalió gracias a sus muy particulares características (como el romper constantemente la “cuarta pared”, la violencia gráfica innecesariamente divertida y un ácido e inteligente sentido del humor) que encontraron empatía instantánea no solo entre los que ya lo conocían desde los años noventa en los cómics sino del público en general.

Naturalmente que ya se tenía contemplada una segunda parte que, desafortunadamente no resultó tan acertada al ser dirigida por David Leich.

La cinta sale airosa nuevamente por la simple personalidad de Reynols como Deadpool/Wade que trabajó con lo que tuvo y no con lo que le hubiera gustado tener del material de superhéroes de la Fox/Marvel. Pero, siendo justos, mucho de lo que ocurre en esta tercera entrega es en parte el resultado de lo que pasó en la trama de Deadpool 2.